Torna a la pàgina inicial Contacte Mestres Bricolatge Presentació Iniciació Imatges i MP3 Links Àlbum Notícies, Agenda d'activitats... Col·lecció personal de discos

HARMÒNICA I PARAULA

L'harmònica és generadora de sentiments i emocions que tenen la seva expressió genuïna en l'expressió musical. Els sons transmeten allò que la persona vol i sap transmetre, però l'expressió directa, la musical, no té perquè ser exclusiva. També podem emprar les paraules, que diuen en un altre llenguatge, en un altre codi, allò que els sons i l'instrument mateix suggereixen musicalment. Aquest espai és per a les persones que saben traduir aquest llenguatge i fer-lo paraules. La poesia, la narrativa, seran benvingudes a aquest espai quan l'harmònica n'hagi estat suggeriment, inspiració o vincle. Ho podeu enviar a la meva adreça.

   · A la salut de la web Antoni Joan Fuster
   · Món blau de l'harmònica Xavier Porte
   · À la recherche de la note perdue Josep Farré
   · El blues de l'aparcador de cotxes Josep Farré
   · Te querré hasta la muerte José Luis Caballero Caballero

 

Te querré hasta la muerte

El tipo que tocaba la armónica era muy curioso. Debía medir casi dos metros y lucía una cabellera roja, algo incongruente con el local. Su edad, incierta, uno de esos individuos del norte que lo mismo podía tener cuarenta como setenta años. A veces el resultado de l vida es así, arrugas alrededor de los ojos, un trío de líneas en la frente y esas comisuras caídas que ponen un toque de tristeza. Me gustaba oírle porque ponía mucho sentimiento cuando tocaba cosas de Jimmy Cotton o Sonny Boy. Le acompañaban un par de individuos más o menos convencionales tocando una batería subdesarrollada y un contrabajo que parecía hecho de parches.
No solía hacerlo, pero aquella vez eché también un vistazo a las paredes mugrientas, de un color amarillento, surcadas por churretes de grasa que resbalaban hasta el suelo; a las mesas que parecían recuperadas de cualquier basurero a la gastada barra de mármol, a Miguel, el barman, fijos en los parroquianos sus ojos de persona comprensiva, mientras secaba lentamente un vaso entre sus manos cubiertas de sabañones. El grupo tocaba en aquel momento Old Woman Blues de Sonny Terry, con algo de desgana y los ojos saltones del armonicista permanecían abiertos aunque apagados, como siempre.
Mi hígado no suele estar para alegrías, pero aquel día le hice un gesto con la mano al barman cuando fue a echar mano de la bolsita de manzanilla y le dije: Ponme un tinto.
En el local había poca gente; la vieja de siempre agarrada a su maleta tan decrépita como ella, insólita en un club de blues; un tipo joven siguiendo el ritmo con los dedos y tres más alrededor de una mesa, con aspecto de ejecutivos que se creen transgredir algo en un local como ese. En la barra, un poco más lejos de donde yo estaba una pareja con aire aburrido y buen criterio pues no hay nada como un local musical para no tener que hablar.
-¿De dónde han salido esos? -pregunté.
-De la calle -dijo Miguel, el barman, con una pizca de sorna.
-Tocan bien. -Dije y Miguel sonrió.
-No entiendo un carajo, ¿tú crees?
Nada más echar el primer trago empecé a notar el ardor en el estómago y se me formó una especie de bola en la tripa.
-¿Y porqué les has contratado?
-Haces mala cara ¿Contratado? No les he contratado, les dejo que toquen aquí y la gente echa dinero ahí, en el sombrero -señaló un bulto negro en el improvisado escenario. El grupo había terminado con Terry y atacó algo de Sonny Boy Williamson
-Eres un benefactor -le dije.
-Ya. El pelirrojo, el de la armónica, me cayó bien. Vino un día por aquí. Le tenía visto de la calle y me dio un poco de pena.
-Un barman que siente pena. Eres muy previsible, Miguel.
-Jódete.
-Y buen chico.
-¡Miguel! -gritó una voz de mujer- cuando puedas me haces un carajillo.
-¡Voy!, perdona.
Me entretuve un momento jugando con mi tos, seca, agarrada al fondo de los pulmones. Tocaban Trust My Baby y el pelirrojo lo hacía con los ojos cerrados, poniendo algo más que arte.
-Te hablaba del pelirrojo, ¿no? -dijo Miguel otra vez a mi lado- Es escocés. Se le fue la lengua con tres o cuatro wiskies. Tenía una esposa… ¡oh! lo siento. No me acordaba.
-No importa.
-Lo siento. Hace mucho, de lo de tu mujer... ¿no?
-Mucho, sí. Treinta y dos años y ocho meses. De los días ya no me acuerdo, pierdo la memoria un poco, ¿sabes?
-¿Treinta y dos años?, amigo eso ya no es ser viudo... bueno, perdona, quiero decir.
-Cuéntame lo del escocés.
-Pues eso. Su mujer. Claro es muy diferente. A él se le fugó. La tía se ve que se enrolló con un marinero o algo así. Bueno el chico no habla muy bien español y yo ni papa de inglés. Creo que un marinero, o un tío de la marina, no sé.
-¿Se le fugó con un marino?
-Sí. Eso. El pavo era un buen músico. Eso dice. Había grabado discos y todo, pero empezó a beber…
-Suele pasar -dije. Bebiendo poco a poco yo aún podía soportar un vaso de buen vino del Duero. Sorbito a sorbito, así que, allí estaba, bebiendo, masticando de vez en cuando un cacahuete y escuchando las historias de un músico pelirrojo y escocés.
-¿Oyes eso que tocan? -le pregunté a Miguel.
-Suena bien.
-Es una versión a la armónica de No Shoes, de John Lee Hooker. Hay que ser bueno para atreverse con el viejo.
-¿De qué murió tu mujer? -dijo Miguel tras un silencio.
-¡De qué va a ser! -bebí un sorbo y cerré los ojos para aguantar el dolor- De lo que se moría la gente entonces, de miseria. De puta miseria.
Me puso triste, más de la cuenta, el tipo de la armónica, así que pagué la cuenta, le hice un gesto a los músicos y me fui hacia la salida.
Así que yo perdía a mi Julia y tú a quien sea y como se llame. Y a los dos nos gusta el blues.
Salí al frío de diciembre, metiendo las manos en el fondo de los bolsillos de la chaqueta y eché a andar calle abajo. En la esquina estaba una de mis amigas, la Chata. No debía estar trabajando porque llevaba en brazos a su criatura, un pequeño llorón envuelto en mantas y toquillas.
-Adiós Esteban.
Le hice un gesto con la mano. ¡Qué pena!, su Julia hubiera querido tener un crío, pero con su mala salud...
Al llegar a la habitación de la pensión era ya noche cerrada. Eché las persianas y me serví otro vaso de vino. Me puse un disco de Sonny Boy, para seguir deprimiéndome y me senté en la cama, mirando la foto de Julia sobre la mesilla de noche. A tu salud, dije y lo apuré de un trago sintiendo que me corroía las tripas. Me sentí morir, retorcido por un espasmo de dolor y corrí a vomitar sobre la taza del water, agarrándome el vientre con las dos manos. Había sangre resbalando sobre la loza amarillenta. Tosí y me vino una nueva arcada.
-A lo mejor eres feliz en algún sitio -murmuré casi ahogándose.
Volvió a la habitación y me tendí sobre la cama limpiándome la cara con el dorso de la mano.
Ella me seguía mirando desde la foto. Cuando se fugó con aquel tipo con traje y corbata, hacía treinta años, la hubiera matado. Ya ves, amigo, hasta en eso nos parecemos. ¡Qué vueltas da la vida!

 

José Luis Caballero, octubre 2006


Amunt Torneu a l'índex

El Blues de l'aparcador de cotxes

Aquell dijous, en Josep arribava massa tard per trobar lloc per a aparcar. Els més matiners ja havien agafat els llocs estratègics.

Tot el solar estava estibat de cotxes, una estesa de ferralla de colors que cobria una terra àrida i pedregosa, on l'herba no tenia temps de créixer. A primer cop d'ull tot era ple, però, si t'hi fixaves millor, podies veure l'equivalent a vuit o nou llocs d'aparcament, plens de deixalles voluminoses: rodes velles, encalentidors avariats, televisors, i tota casta d'objectes quant més pesats millor. Eren els aparcaments que l'aparcador de cotxes reservava pels seus clients habituals. Quant pel camí que duia al solar apareixia el cotxe d'un client fidel, l'aparcador de cotxes, amb una rapidesa de professional experimentat, començava a lliurar d'objectes l'espai que havia d'ocupar el vehicle, de tal manera que, quan arribava el cotxe, l'aparcament ja estava net i disponible

El ritual, sempre igual a si mateix, sense la més mínima diferència, continuava amb l'allunyament prudent de l'aparcador i l'espera humil i silenciosa de la propina, fins que el client se li acostava o el cridava per donar-li la moneda, de 50 cèntims o d'un euro, que constituïa la tarifa diària "no oficial", establerta pel costum. Desprès ell saludava amb un "Buenos dias, grasias señor" educat, acompanyat d'un petit moviment de cap.

L'aparcador de cotxes era un home d'una quarantena curta d'anys, originari d'algun país del nord d'Europa, potser de Polònia, Alemanya, o d'alguna de les repúbliques bàltiques. Quotidianament feia aquesta autònoma feina i sorprenentment, des que va arribar fa set o vuit mesos, havia sofert el procés invers de tots els seus predecessors. Ell, enlloc d'anar-se degradant progressivament, anava millorant el seu aspecte físic i el seu bon humor. Cada vegada vestia més bé i més net. Cada dia es canviava de roba, i sempre el veies content. En qualsevol cas, mai, ni des del primer dia se'n podia deduir que estigués embolicat en un problema de consum d'alcohol, ni cap altre tipus de droga.

En Josep havia adquirit la condició de client perquè freqüentment arribava més tard de les vuit i l'opció dels aparcaments "reservats" li era l'única possible. Per això, aquest dia va tornar a fer ús dels seus privilegis i va anar amb el cotxe cap a la zona plena de trastos. Com sempre, quan hi va arribar, l'espai per l'aparcament ja estava perfectament preparat.

Aquell dijous en Josep se n'havia dut per escoltar a la feina un disc d'en Gary Primich. En sortir del cotxe, el duia a la mà. Aquest detall va alterar la cerimònia quotidiana . L'aparcador de cotxes, havent complert fidelment la primera part del guió, s'havia allunyat prudentment, però, en veure el CD, es va acostar amb rapidesa i preguntà:

.- "¿De quien es este CD, que música es?"
.- "Es blues, música de blues", va respondre en Josep amb intenció simplificadora
.- "Oh el blues, es fantástico. ¿A ti te gusta el blues?".
.- "Si, si, me gusta mucho".
.- "A mi también, mucho. Somos pocos los que nos gusta el blues", va concloure emfàticament l'aparcador, movent-se amb una certa agitació.

L'endemà divendres casualment en Josep va arribar a l'aparcament abans de l'hora habitual. Això a nivells pràctics significa que encara hi han alguns aparcaments buits i sense pensar-ho massa se'n va anar cap a un d'ells, però va dirigir d'esma una despistada mirada general al solar. Va veure les carrosseries multicolors, els quatre moixos, la zona d'objectes inútils amuntegats i davant dels trastos l'aparcador de cotxes de cada dia, atent als cotxes que entraven i amb un petit objecte a la ma. S'hi va fixar be i va poder precisar que es tractava d'un CD.
L'aparcador, en veure'l que anava a aparcar més enfora , va fer com si res i un poc contrariat va mirar en terra. Tot plegat van ser uns segons, en Josep va fer el que calia fer: un ràpid cop de volant, girar el cotxe i dirigir-se a la zona d'aparcaments "reservats".

Immediatament l'aparcador inicià la seva feina de neteja a escarada. En Josep va aparcar com gaire bé cada dia i va sortir potser més lentament. L'aparcador aquesta vegada ja l'esperava a la porta i amb un to il·lusionat, d'alegria genuïna, li va dir:

.- "Ten, es para ti, es blues del bueno, blues de Chicago, de Chess Records", tot oferint-li un CD, encara embolicat amb el precinte de cel·lofana.

En Josep, tot i que va comprendre que l'aparcador havia dut el CD per a compartir-lo amb ell o comentar-lo, no havia pensat que el portava per fer-li un regal, i un poc confús va contestar:

.- "Pero hombre no tenias que hacer eso. No quiero que te gastes dinero".

A la qual cosa l'aparcador de cotxes va respondre

.- "Tu no te preocupes. Yo, con mi dinero hago lo que quiero. Es muy fácil. Lo único que tienes que hacer con este disco es disfrutarlo mucho".

I així ho va fer.

Els amants del blues es reconeixen allí on sia. Compartir el gust que passen escoltant-lo no te preu.


Josep Farré - abril 2006


Fets ocorreguts el dijous 20 i el divendres 21 d'abril de 2006 a un solar d'aparcaments de Palma de Mallorca.


Amunt Torneu a l'índex

A la salut de la web

      Ball de vents.
      Fuga d'estels.
      Quan et beso
      l'ocell aprèn la cançó.

                     Antoni Joan Fuster, maig 2005

 
Amunt Torneu a l'índex
Món blau de l'harmònica

      Es monta l'art sobre el bit,
      navega la informació,
      soc un poc més lliure.

                     Xavier Porte, juny 2005


Amunt Torneu a l'índex

À la recherche de la note perdue

Ho tornarà a intentar un cop més. Ja n'ha perdut el compte. És l'hora de les possibilitats. Està davant de la botiga de música i hi entrarà, si ha de ser franc, poc esperançat. El ritual ha esdevingut d'obligat compliment. Ja en coneix tots els moviments i també les paraules. Amb el temps ha assolit un perfeccionament amb això de preguntar, per mirar d'evitar la resposta negativa temuda, tan coneguda, i no resultar massa punyent la contrarietat. La darrera formulació de la pregunta no és pas complicada, és ben senzilla: "Teniu harmòniques cromàtiques, de blues?". Però la resposta sempre ha estat negativa, amb petites variacions. No sap on es troba l'enigma, després de tants camins recorreguts.

Feia temps que havia abandonat la seva dèria. Després de tot un període, un llarg període, en què preguntar l'avergonyia i rebre la negativa per resposta l'exasperava, havia acceptat no ser d'aquells privilegiats que esgarrapen els sons, com pedres fogueres, i els multipliquen.

Tot havia començat, o més ben dit, en sentit estricte, continuat, aquell divendres horabaixa, una estona abans d'acabar la feina, ara ja fa uns quants anys. N'estava un poc fart i avorrit. I, les coses que té el cap... ...d'una cosa a l'altra, potser cercant com il·lusionar-se i guanyar al temps, se'n va anar a la infantesa, i amb una agitació poc habitual en ell va esperar l'hora de sortida, com un mico engabiat, per anar-se'n a comprar una harmònica, aquella petita amiga que a ell li agradava dur a la butxaca i li donava seguretat a l'hora de travessar el pati de l'escola i entrar a la classe un poc fosca, o quan baixava, cartera a l'espatlla cap a casa , sense haver encetat el berenar.

El temps d'espera se li va fer llarg, el va omplir d'imatges i estratègies: es veia caminant de pressa fins a la plaça de les estacions i després tombant a l'esquerra per anar tot dret fins a la botiga de música abans no tanquessin. No hi havia temps a perdre. De poques característiques de si mateix se'n sent orgullós, però ho està de la seva capacitat de planificar. Ho va assajar una estona. Es va imaginar davant el taulell, es va formular la pregunta i va poder acceptar-ho tot plegat com a no massa desbaratat. I les coses varen sortir molt semblants a com ell les havia pensades.

Ja era davant de la botiga de música i encara no l'havien tancada. En veure la botiga farcida fins a vessar de tot allò que hi pot haver a la ment d'un músic, se'n va alegrar i va entrar-hi confiat, però amb el neguit que l'acompanya quan fa coses que ell creu transcendents, i aquesta ho era.

Allò que havia assajat se li va esvair de cop i se sentí confós. Li va venir de sobte al cap que ara no era un xaval. El seu aspecte era ja el d'un home gran i respectable a qui potser no li escau la comanda i va improvisar:
- Vull comprar una harmònica de blues per al meu fill, en teniu d'aquestes? Li semblà que la pregunta, presentada així, li havia de parèixer el més natural del món al venedor, i això el tranquil·litzà.
- Ah, una diatònica. Sí, sí que en tenim. De quina tonalitat la voleu, senyor?
La resposta el descol·locà, però alhora li donà coratge de continuar.
- No ho sé, quina és la més habitual?
- Home, si el vostre fill es un principiant o no en sap gaire, jo vos en recomanaria una en do major, és la que més venem.
- Bé, crec que només sap fer quatre coses, em quedaré aquesta en do, del model "cross harp"- va dir, per acabar la conversa.

L'harmònica era de la marca Honner, com les que tenien ell i els seus amics a la seva infantesa, però algunes coses la diferenciaven. La que acabava de comprar tenia el capó negre i era molt més petita. Se'n va recordar, de la frustració que li va produir un dia intentar tocar alguna de les cançons que coneixia en una d'aquestes petites harmòniques de blues que tenia un company. Amb un "amb això no es pot tocar res" va resumir la seva impotència i donà per acabada una oportunitat, sabia prou bé que no era cert i que s'hi podia tocar molt i molt bé. Possiblement aquell dia havia decidit començar la seva recerca. El temps i les noves inquietuds la van mantenir a recer.

Ara ja tenia la diatònica, com l'havia batejada el venedor, i en podia comprovar detalladament les diferències. L'harmònica era més petita perquè en lloc de tenir quaranta forats, com les que de petit tocava, només en tenia deu. Aquesta va ser la primera sorpresa: quantes notes hi faltaven!
Va pensar que amb aquestes reflexions no aniria enlloc, havia escoltat amb delit, no feia gaire temps, l'Street music d'en William Rousso i n'havia quedat impressionat. Pensava que era una de les coses més belles que havia sentit mai, fantasiejava acostar-se al sons que en Corky Siegel feia sorgir quasi del no-res de l'harmònica No sabia si aquella petita diatònica que havia comprat li serviria, i encara menys, si ell aconseguiria fer-ho, però, en tot cas, va decidir intentar-ho.

Va reviure com es trobava de bé i feliç, assegut a les escales humides del vell port, tocant amb "O fado portugués", la seva primera harmònica, quan la feina i els estudis l'aprestaven massa, o als bancs boirosos de la Ciutadella en època d'exàmens. La música metàl·lica l'alliberava.

A partir d'aquell moment es van succeir els descobriments, lentament, un darrere l'altre. Un dia va aconseguir aplegar unes quantes notes seguides en allò que podia passar per l'inici d'un blues. Es va sentir orgullós, ho repetia centenars de vegades i en feia "variacions" que realment s'assemblaven massa, però eren com un petit cabal emocional que el reforçava. Havia arribat fins aquí i quedava clar que d'aquella petita "joguina" en podia sortir alguna cosa, poca, certament, però alguna cosa i això ja li bastava.

Un altre dia va intuir que amb la petita harmònica podia tocar, gairebé, les mateixes cançons que havia aconseguit tocar de petit amb les grosses, de quaranta forats. La intuïció, més endavant, va ser comprovada. Això el sorprengué, però alhora no el va interessar gaire, perquè tocar les cançons que havia tocat sempre, malgrat que ho fes amb una altra harmònica, tampoc tenia gaire gràcia. Encara que sembli estrany per a un iniciat, van haver de passar uns quants dies fins que va deduir que les dues harmòniques, grossa i petita, tenien les mateixes notes, l'una concentrada en deu forats i l'altra, distribuïdes en deu forats de quatre compartiments de petites variacions cadascun. Però tampoc això va ser viscut com una revelació, més aviat ho va entendre com una limitació frustrant: li continuaven faltant les mateixes notes de sempre. Net de calaix va aconseguir aprendre a jugar amb les notes de diferent manera i la petita mida de l'harmònica actual li ho permetia fer amb més velocitat.

Va decidir cercar més. Va revisar, un a un, tots els vinils i CD's que tenia, a la recerca de trossos d'harmònica, i en varen aparèixer alguns: tres discos d'en John Mayall (sempre li havia agradat); un d'en Muddy Waters, que li sonava com a bluesman molt primitiu, i un altre d'en Howlin' Wolf, que s'havia comprat d'oferta perquè li havia agradat la portada. No és que fos gaire, però li servien com a referència. Els escoltava una i altra vegada i després provava d'imitar-los. De fet, gairebé mai ho aconseguia i acabava per fer-ne una adaptació a les notes que podia tocar amb la seva harmònica i en ocasions no quedava gens malament. Això l'apaivagava.

Va acabar aprenent-se de memòria les "adaptacions" i les combinava el millor que sabia per fer noves "composicions". Allò tampoc resultava malament i li donava la sensació que havia arribat a un nou punt; un nou punt, perquè no dir-ho, important, sobretot per l'esforç que hi havia hagut de posar.

Durant un cert temps va pensar que el nou punt d'arribada potser ja era el punt i final, o potser simplement el del seu límit, i es recreava amb les "composicions", les perfeccionava i en feia de noves.

Però un dia la insatisfacció va tornar a aparèixer, la insatisfacció que preludia la necessitat de fer alguna cosa nova i finalment, inexorablement, t'obliga a fer-la. La trista realitat era que la seva harmònica no tenia les notes adequades per tocar la majoria de cançons que el fascinaven i ja estava bé d'enganyar-se. Llavors va començar el llarg peregrinatge d'anar comprant harmòniques en diferents tonalitats a la recerca de les notes desitjades. No era qüestió de deixar-hi el sou i va decidir que, en lloc de comprar-se la Honner cross harp, compraria la Honner blues harp, que era més barata, però déu ni do de despeses.

Primer estava convençut que l'harmònica en do major que tenia era d'una tonalitat massa baixa i feia falta comprar-ne una altra en una tonalitat més alta. Per això va comprar-ne una en fa, però tampoc no tenia les notes desitjades i, llavors, l'explicació que es va donar és que la nova harmònica era d'un to massa alt i, per tant, n'havia de comprar una de més baixa. I en aquest anar i venir, des de massa baixes a massa altes, va acabar comprant tot un joc d'harmòniques en totes les tonalitats. Les tres darreres, en un cop de braó, les va comprar juntes, perquè era evident que les notes que li mancaven havien de ser en alguna de les harmòniques de les tres tonalitats que no tenia i volia acabar d'una vegada.

Però, no s'ho podia creure, després de comprar-les totes, encara li continuaven mancant les notes de sempre.

Aquesta va ser una nova decepció que el conduïa a les posicions d'origen i a una nova pèrdua d'esperança que, afortunadament, amb intensitat, només va durar unes quantes setmanes. Un dia va trobar la solució. Com no ho havia pensat abans, brètol!: l'harmònica que cercava, les notes que cercava, ben segur que eren a una harmònica en una clau de semito, re bemoll, potser, o la bemoll, o ...., clar, naturalment.

Trobar harmòniques en aquestes tonalitats alterades ja era més difícil, però tot i així ho aconseguí. Un matí assolellat de dissabte que anunciava bon temps i potser bones trobades el va animar a arribar-se al darrer magatzem de música que li quedava per visitar.
- Bon dia. Tenen harmòniques de blues, "Blues harp", en tonalitats bemolls?
- No ho sé cert, però crec que sí. Ho he de mirar a l'altell.

Al trespol de fusta de l'altell les petjades del venedor sonaven fortes i nervioses, s'acostaven i s'allunyaven i, alhora, creixien i decreixien les perspectives de trobar-ne, per fi, la solució. Finalment les petjades es dirigiren cap a l'escala de caragol del racó més amagat de la botiga i aparegué el venedor amb un paquetet a la mà. Quan se li acostava pogué precisar que es tractava de dos petits paquets. Reconegué immediatament les capsetes blaves de plàstic de les "Blue harp", i això el va fer sentir com si hagués arribat a la destinació final d'un llarg viatge.

- N'he trobat dues, una en re bemoll i l'altra en sol bemoll - digué el venedor
- Me les enduré les dues - va contestar ell d'una revolada, intentant dissimular la inexplicable excitació que en aquells moments el dominava.

Els petits rituals de passar per caixa i pagar amb la targeta se li feien eterns, pensava que li podien cobrar el que fos, perquè allò no tenia preu , què podrien valer tants d'anys d'espera?.. Va mantenir les formes i l'aparença de normalitat i, quan el venedor li va demanar els 48 euros que costaven, ni tan sols es va posar a riure. I no li va ser fàcil. Si aquell xicot sabés el que realment valien per a ell...!

En sortir de la botiga l'emoció continuava creixent, però encara no era moment de deixar-la esclatar i va pensar com faria cada cosa amb minuciositat. En primer lloc es posaria una harmònica a cada butxaca, les mans a dins, sense desenganxar-se de cada petita capsa, acariciant l'objecte estimat o simplement retenint-lo, perquè no fugís mai més, comprovant amb el tacte que existia. Després caminaria per la rambla fins arribar a l'aparcament subterrani. Només després d'entrar al cotxe i sense engegar el motor, es permetria obrir la capsa i tocar una mica, provar-ne el so, primer d'una i després de l'altra . Volia que li quedés ben clar i això era el més important i el que es repetia constantment, que de tota aquesta cerimònia, no n'havia d'extreure cap conclusió. Simplement era un regal que es feia a si mateix, perquè ja no podia esperar més, però prou.

Ja basta de grans esperances i grans decepcions, les proves definitives les faria a casa seva tot sol, un dia que estigués ben serè i reposat d'emocions, científicament, sense contaminacions emotives.

Va seguir les autoinstruccions al peu de la lletra, totes i cada una, malgrat que, a la prova de so, tancat a dins del cotxe, les conviccions van començar a trontollar. És cert que sonava diferent, però no era el so que ell esperava. Per a no continuar transgredint el que amb tanta delicadesa i precisió havia dissenyat, es va repetir que no havia d'extreure cap conclusió, però inevitablement, la preocupació va tornar a aparèixer. Es va voler refugiar amb el programa establert i, en part, ho aconseguí, perquè va guardar les harmòniques dins la seva capsa, va posar en marxa el motor del cotxe i, au, cap a casa! En tot cas, tampoc no volia enganyar-se tant, sentia com si alguna cosa de molt valor estigués a punt d'esmicolar-se.

I maleïda intuïció, es va trencar en mil trossos. Va ser uns quants dies després, potser unes quantes setmanes, perquè la possibilitat de confirmar la desagradable sensació l'atemoria. El dia serè i reposat va arribar, però la comprovació va ser molt més ràpida del que havia previst, com si en el temps d'espera, les quatre punyeteres notes que va escoltar dins el cotxe s'haguessin multiplicat i haguessin evidenciat que no contenien les notes cercades. Així va ser, cada bufada i cada aspirada li retornava un so ja conegut, certament necessari, però insuficient. Tampoc hi eren les notes amagades, de bell nou apareixien les mateixes velles mancances. Aquesta vegada el ritual va durar poc, però la sentida fou ben profunda. No es pot precisar el temps que va necessitar per recuperar-se, però va ser un dels períodes d'inactivitat més llargs, des que va decidir començar la recerca.

Però tot arriba, si no ens entossudim a aturar-ho, i va arribar el dia en què decidí continuar. Quan havia aconseguit acumular paciència i humilitat suficients va començar de bell nou.

Moltes de les coses que havia pogut aprendre les havia descobert a través dels llibres, i va pensar, per què no provar aquella nova/vella via? De vegades havia començat una recerca sense saber gaire bé el que cercava i finalment havia trobat coses sorprenents i inesperades. Es va sentir suficientment encoratjat com per anar-se'n a la biblioteca i cercar a la base de dades la paraula "harmònica". Va trobar tota una sèrie de llibres relacionats amb en Benjamin Franklin i amb un invent seu que es deia "Harmònica de vidre", però no era això, ni tampoc no ho eren els llibres científics que li parlaven d'harmònics. Finalment en va trobar un que es deia "Iniciació a l'harmònica" i aquest sí que el va rescatar de les prestatgeries.

Era un llibre rejovenit, li havien canviat la portada i hi havien posat un rialler jove dels anys 90 amb una gorra dels "Chicago Bulls", però a l'interior, la fotografia més recent era dels anys 40, talment una autèntica operació de cirurgia estètica, amb un interior i un exterior amb cinquanta anys de diferència. Els grups de persones fotografiats tocant tota casta d'harmòniques tenien noms tan entranyables com "Les Acords", "Los Amigos", "Conjunto Serenata"... Evidentment, tots eren de l'època prerock. La música sempre ha estat música i la d'harmònica que ell estimava més, era encara més antiga. En tot cas, al llibre, editat a Madrid, no hi apareixien les harmòniques de blues i únicament hi figuraven les "trèmolo", de quaranta forats i les cromàtiques. Això ja era un problema, però estava decidit a continuar. Si n'haguéssim de fer un balanç d'utilitat, de la lectura del llibre, el resultat hauria estat ostensiblement ruïnós, però gràcies a ell va extreure una idea per a l'esperança, una idea estrambòtica, un poc ridícula, però que li permeté seguir la recerca. Va comprovar que si aplegava els sons produïts per dues harmòniques que només diferien en un semito, per exemple, do i re bemoll, apareixien molts dels sons que feia tant de temps estava cercant. Era una experiència gairebé de laboratori i d'això, no se'n podia dir de cap manera "tocar l'harmònica", ni les dues ni una, però el reconfortava comprovar l'existència d'uns sons que se li havien resistit tant i fruïa de ser ell qui els generava.

L'experiment començava col·locant les dues harmòniques sobre la taula, a l'esquerra la que era afinada en do, a la dreta l'afinada en re bemoll. Agafava lentament la primera, se l'enduia als llavis i bufava el primer forat de l'esquerra, amb molta cura de no bufar-ne cap d'altre. S'encenia la llumeneta del do de l'afinador electrònic que havia comprat, deixava la primera harmònica i agafava l'altra i, de la mateixa manera, en bufava el primer forat de l'esquerra. S'encenia la llum de l'indicador de do sostingut a l'afinador. Deixava sobre la taula la segona harmònica i recuperava la primera. Tornava a actuar sobre el primer forat però, ara, en lloc de bufar, aspirava. L'afinador el responia encenent la llum del re. Repetia l'operació amb la segona harmònica i l'afinador el premiava amb la llumeneta del re sostingut. I així seguint l'ordre rigorós de forat a forat i d'harmònica a harmònica, aconseguia sentir-se acariciat pel so de les notes que, fins llavors, li mancaven. No per totes, certament, perquè encara n'hi faltaven tres o quatre, però sí per moltes notes.

El problema al qual havia de fer front ara consistia en com traslladar l'experiència de laboratori a una realitat pragmàtica que li permetés tocar ni que només fos una cançó.

Era evident que per disposar de totes aquelles notes havia de poder tocar a la vegada les dues harmòniques. Per tant, ara el problema fonamental era d'enginyeria constructiva. Havia d'aconseguir muntar un dispositiu que li permetés tocar a la vegada les dues harmòniques. Diuen que, de vegades, la solució més senzilla i evident acaba sent la més pràctica, però no va encertar com fer-ho en aquesta ocasió, perquè el que li va semblar més senzill, és a dir, la unió de les dues harmòniques, una devora l'altra, aferrades per fermalls elàstics, no va funcionar. Si les gomes eren massa a l'extrem acabaven per desfermar-se, si eren més al mig molestaven als llavis i tapaven forats.

Per això va cercar una nova construcció i va aprofitar un d'aquells enginys que es pengen al coll i serveixen per poder tocar l'harmònica sense aguantar-la amb les mans i així poder tocar, a la vegada, una guitarra. L'ormeig és proveït d'unes molles que estrenyen l'harmònica contra la base i així la mantenen fixada. Allà, hi va col·locar les dues harmòniques, una altra vegada una damunt de l'altra, i va aconseguir, forçant les molles, que quedessin les dues fixades. Si la solució senzilla no va funcionar, la més complicada no va tenir més èxit. Haver d'aguantar tot aquell patracol de fil de ferro gruixut per tocar las harmòniques era cosa de circ i moure-ho amunt i avall i a esquerra i dreta per tocar, el número fort de l'espectacle. Al final, com també passa al circ, tot acabava per terra, i les harmòniques sortien volant, quan un petit desplaçament les feia escapar de la pressió forçada de les molles. Aquesta vegada les rialles van ocupar el lloc dels mals pensaments. Era evident que amb aquests dos sistemes no anava enlloc, ja que hi havia una greu mancança original: l'enorme i possiblement insalvable dificultat de tocar ara una nota a una harmònica, ara una nota a l'altra, amb una velocitat mínima que les fes dignes d'aparentar que tenien un ritme. La il·lusió de pensar que amb les dues harmòniques podria fer alguna cosa acceptable va acabar rodolant com un saltimbanquis. I de bell nou, tornem-hi, que no ha estat res.

El buit de la desesperança el va voler omplir altra vegada, ara tímidament i més insegur, amb noves recerques. A través d'un amic seu podia demanar a un jove que tocava l'harmònica a una banda de blues com havia aconseguit les notes que a ell li mancaven. Podia, també, escriure per correu electrònic a la Honner i demanar quines harmòniques tenien les notes cercades, podia... Però no va fer res d'això, estava cansat i desil·lusionat, de tal manera que el silenci era el que ara el reconfortava.

Un silenci que es va trencar violentament, amb ràbia, quan va descobrir, perquè no havia deixat de pensar-hi, que s'havia equivocat des del principi: a les harmòniques diatòniques no existeixen els sons que ell cercava. Temps i temps seguint un camí que no duia enlloc, o pitjor encara, fent un recorregut circular que el tornava a l'origen. I l'origen era que les úniques harmòniques que tenien tots els sons eren les cromàtiques. Però les cromàtiques que ell coneixia eren massa grosses i pesades i feien gairebé impossible tocar amb l'habilitat i ritme que ell havia escoltat als bons discos de blues. Aleshores la conclusió semblava força evident: hi havia d'haver unes harmòniques cromàtiques de blues.

I aquest va ser el nou objectiu i el nou peregrinatge pels magatzems de música de la ciutat amb una pregunta nova:

- Tenen harmòniques cromàtiques, de blues?
A les botigues totes les respostes que li donaven s'assemblàvem:
- Bé, tenim harmòniques cromàtiques.
I li treien les pesades harmòniques que ell ja coneixia.
- Tenim harmòniques cromàtiques i tenim harmòniques de blues, però les dues coses juntes no les tenim.

A algunes botigues eren més explícits i li deien simplement que no en tenien ni n'havien sentit a parlar mai. En tot aquest periple ell ja havia oblidat algunes precaucions, més aviat s'havia deixat estar de bestieses i ja no es molestava a dir que l'harmònica era per al seu fill. Això li permetia estar més lliure per explicar el que volia, amb més precisió, però tampoc no li servia per a res i se'n tornava amb les mans buides.

Fins que un dia s'endugué la pregunta a una ciutat molt més gran, on estava de viatge.

Ara justament és l'hora de les possibilitats. Es troba davant el magatzem de música, a l'altra banda del carrer, fent-se aquestes reflexions, recordant com va començar tot amb detall, present i passat, potser futur, mentre mira un vell rètol lluminós a dalt del portal.

Prendre la decisió d'entrar el fa tornar a la realitat. La botiga és molt antiga, fa cap de cantó a un dels carrers de l'eixample de la ciutat i, a part del rètol lluminós del nom de l'establiment, està ben poc il·luminada. Durant tota l'estona que ha estat palplantat al davant no hi ha entrat ningú, no sap si això és bo o dolent. La decoració, la pintura de la façana i la resta d'elements externs de la botiga semblen un escenari de la seva infantesa, conegut. Això l'apaivaga

Travessa el carrer, empeny la porta, però no s'obre, està tancada. Mira cap a dins i no hi ha ningú, des del carrer se sent música d'acordió. A l'esquerra de la porta hi ha un timbre i el pitja. Sona un riiiing estrident, com per a persones sordes, i la música d'acordió s'atura. Del fons de la botiga surt una dona vella que camina amb dificultat, ajudada per un bastó, s'acosta a la porta, va a guaitar per darrere els vidres la persona que està trucant; superat l'examen, obre la porta. Ell, sense dir res, ja comença a sentir-se decebut, malgrat això ha arribat fins aquí i farà la pregunta. La música d'acordió torna a sonar.

- Bona tarda. Què desitja? - demana la senyora.
- Bona tarda. Tenen harmòniques cromàtiques, de blues? - respon ell.
La dona fa una cara estranya i crida:

- Joan!, Joan!, vols baixar? Hi ha un client que no sé ben bé què demana.

Una altra vegada la música d'acordió s'atura i de la rebotiga surt un home alt d'una cinquantena d'anys, cabells blancs i curts, una cara afable i uns ulls una mica lirons. Té una evident semblança amb la dona que l'ha obert i ell, encertadament, dedueix que són mare i fill.

- Deixa, mare, ja l'atendré jo, aquest senyor. Vostè dirà.
- Tenen harmòniques cromàtiques, de blues?
- Com?
- Que si tenen harmòniques cromàtiques, de blues? S'atreveix a repetir.
- No, no senyor! No existeixen: o són de blues o són cromàtiques.
- No existeixen? Doncs quines són les harmòniques que tenen els semitons que els manquen a les de blues? - fa valer tot el seu coratge per demanar-ho.
- Cap, senyor meu, cap. Els semitons i la resta de notes que manquen les fan els instrumentistes, tocant d'una manera determinada les harmòniques de blues diatòniques.
- Però, com ho fan?
- Això sí que ja no ho sé, perquè jo no sóc mestre, però li puc assegurar que ho fan. Miri, per aquí en ve un, de nom Salvador, que no fa falta que t'expliqui res, simplement ho fa, no té res de teòric, simplement toca i ja està tot dit. Amb la seva petita harmònica aconsegueix tantes notes com jo amb el meu acordió. Si voleu, jo tinc el seu número de telèfon...
- Naturalment que sí. Us estic molt agraït. De poc no li fa un petó a cada galta.

Aquest és el principi d'una bona drecera.

Surt de la botiga enormement excitat, amb aquella excitació de les grans ocasions que ens limita i ens fa cometre errors, però el tema s'ho val i sap que avui no ha de controlar res, perquè no pot, i que les coses aniran bé, malgrat tot . D'aquí a tres hores té el passatge per marxar de la ciutat cap a casa, però aquesta situació única no la vol deixar perdre. Només necessita algú que li ensenyi el camí per trobar les notes que cerca i aparentment acaba de trobar l'home que el sap. No s'ho pot perdre, telefona a en Salvador. Fins a la sisena timbrada no despenja, després, una veu més aviat greu, contesta:

- Si, digui
- Hola, bon dia, a una botiga d'instruments musicals m'han donat el vostre telèfon i m'han dit que sou professor d'harmònica?
- Sí, efectivament, sóc professor d'harmònica i també, de piano.
- Molt bé, veureu, jo sóc molt aficionat a tocar l'harmònica, la toco des de fa molts d'anys i em trobo que a les harmòniques diatòniques no puc aconseguir tocar tota una sèrie de semitons que em manquen.
- Ah! Vostè vol fer això... I es posa a tocar per telèfon un "solo" d'un blues, que a ell li sembla reconèixer d'en John Mayall, amb una precisió i una rapidesa extraordinàries. Efectivament, el venedor del magatzem de música tenia raó, a aquest home no li agrada la teoria, ho fa i ja està.
- Sí, sí, voldria saber com fer-ho, ni que fos la meitat de bé que ho feu vós! Mireu, jo d'aquí a tres hores he de marxar de la ciutat, però m'agradaria molt poder parlar una estona. Em podríeu rebre ara mateix?
- Home, jo ara estava fent una classe i l'he d'acabar d'aquí a deu minuts, millor dit, d'aquí a quinze minuts, perquè he de descomptar el temps que he estat parlant amb vostè. D esprés disposaré de mitja hora de descans i després he de fer una altra hora de classe. Si vol, ens podem veure a casa durant aquesta mitja hora de descans.

Naturalment, li diu que sí.

Està convençut que avui és el seu dia de sort, perquè just sortir de casa troba un taxi. Immediatament li indica l'adreça d'en Salvador. No és gaire lluny d'on ell es troba, però el camí se li fa llarg. En Salvador viu o fa les classes a un cinquè pis d'un vell, però encara senyorial, immoble de l'eixample. L'ascensor és molt antic, d'aquells que a ell li agraden, plens de vidre i de ferro, amb formes i dibuixos modernistes; res a veure amb els d'acer amb portes pneumàtiques, que li provoquen angúnia, però avui el vell ascensor té un greu defecte: va massa a poc a poc. Finalment, arriba a la cinquena planta.

Com que ha pitjat el porter automàtic abans de pujar, en Salvador ja l'espera amb la porta oberta, i una altra vegada té una agradable sorpresa: en Salvador, un home més o menys de la seva edat, amb els cabells blancs com ell, mostra un aspecte molt afable i acollidor.

- Hola, bon dia, tu ets el que m'ha telefonat fa un moment, no és cert? Passa, passa.

I ell passa. Mentre caminen cap a l'estança on en Salvador fa les classes, observa que coixeja. Això li corrobora la seva creença que les persones que tenen alguna mancança física troben avantatges i conhort en aprendre a tocar l'harmònica i dediquen hores i més hores a tocar un instrument que els músics consideren menor i la població en general, una joguina. És com si de la mancança, n'extraguessin les forces i la saviesa per valorar allò petit i simple en aparença. Pensa amb en Sonny Terry i amb en Víctor Uris i somriu.

La conversa amb en Salvador li confirma algunes expectatives: té exactament la mateixa edat que ell i toca molt bé l'harmònica diatònica. La major part del temps el passa escoltant-lo. Al mestre li agrada molt tocar i ensenyar i a ell, certament, també li està agradant escoltar-lo. Li dóna les gràcies i l'alaba, però realment ha vingut per a una altra cosa, quasi religiosa, i torna a insistir en la pregunta:

- Toques molt bé - s'atreveix ara ja a tutejar-lo -, però tots aquests semitons i notes que realment l'harmònica no té, com els aconsegueixes?
- Ah!, això... Es fa amb una tècnica bucal que es diu "bending" i que et permet extreure de l'harmònica sons que, en principi, de forma directa no existeixen.
Ell, contra rellotge insisteix que li expliqui com es fa, però el mestre tan sols li diu que les coses s'han de començar pel principi i que ja hi arribarà. Després li pregunta si duu una harmònica i li demana que toqui el que vulgui.
Ell naturalment duu una harmònica damunt, però, com sempre que es veu observat, toca molt per sota de com realment ho pot fer.
En Salvador, pedagog musical experimentat, el tranquil·litza.
- Bé, es veu que fa temps que toques l'harmònica... Crec que en dos anys intensius de feina en sortirem, però has de canviar algunes coses. La primera de totes és canviar d'harmònica, aquesta et servirà per ben poc. Has de comprar una "Lee Oskar", en la tonalitat de do major, en lloc de la de sol major, que és la que dus ara.

Després li proposa, donada la seva circumstància de ser de fora, fer una classe intensiva de 12 o 13 hores una vegada al mes i endur-se'n les feines fins el proper mes. Ell, en principi, no en té gens de ganes, de fer classes, i menys de 12 o 13 hores, però finalment acaba gairebé convençut.

Sap que aquell és un dia que no oblidarà mai i sobretot fa molts d'esforços per no oblidar les dues paraules: "bending" i "Lee Oskar", "bending" i "Lee Oskar". Durant el viatge de tornada a casa, a la seva ciutat, no pot esbandir-se l'excitació extraordinària que l'embarga, però aquesta vegada l'excitació és plenament justificada i consentida, després de tants d'anys com fa que ho esperava. De nit encara és pitjor, no dorm gens ni mica, el cos electrificat, els pensaments se li acumulen, tan importants per a ell.

L'endemà al matí ja sap què ha de fer, però no ho pot fer fins a la tarda. De fet, tot és prou elemental i possiblement saber-ho abans li hauria estalviat anys de recerca. Se li fa difícil d'acceptar no haver-hi pensat abans. Finalment arriba a la conclusió que no ho ha trobat abans, com sovint passa, perquè li mancava la paraula "bending". Això és com si un mag no conegués l'"abracacadabra" que li permet treure el conill del capell o com si al lladre del conte d'Alí se li hagués oblidat allò "d'obre't, Sèsam" per accedir als seus tresors.

Però ara no és temps de lamentacions, tot arriba quan ha d'arribar. Ja coneix la paraula i la paraula serà la clau que li obrirà les portes definitives.

El temps va passar lentament fins a la tarda, però això li va permetre estar més reposat. Devien ser prop de les sis quan es va dirigir al magatzem de música, aquell on quasi mai li trobaven res del que demanava, però on hi havia gent amable. Va entrar i va formular la pregunta elemental, la que no podia creure que no hagués feta mai. Potser, qui sap, tot plegat era que li agradava més cercar que trobar, planificar que assolir.

- Tenen mètodes d'harmònica de blues?
- Sí, sí senyor, n'acabem de rebre un que és d'un americà i que ve amb un CD i tot.
Havia arribat el moment d'introduir la paraula màgica i ho va fer amb força i sense dubtar:
- Que el puc veure, perquè m'interessa que parli de bendings - va dir amb tota naturalitat, segur que la paraula també l'introduïa al món dels experts.
- No ho sé, però vostè mateix pot mirar si a l'índex ho diu.
Hi va haver sort, molta de sort, perquè el capítol VII precisament es titulava així, "El bending".

Va tenir la sensació d'acostar-se a una fita, perquè, ara n'estava convençut, si el llibret li explicava més o menys bé la tècnica, la consecució real dels sons només era una qüestió de temps i dedicació. Això, n'estava ben segur de poder-ho aportar.

El llibret duia entre parèntesi, a la portada, les paraules (nivell d'iniciació). Això, després de tants d'anys de tocar l'harmònica, el molestava, però amb el temps ho va arribar a perdonar, sobretot en llegir el capítol del bending que començava amb una petita història que justificava i donava sentit a la tècnica i que li permetia aprendre-la, com a ell li agradava aprendre les coses, dins un espai ampli i conceptual.

La història començava amb l'invent de l'harmònica tal com la coneixem avui, cap als anys 20 del segle XIX, a Bavària, com a substitut de l'acordió, especialment per evitar el trasllat per les muntanyes bavareses dels pesats acordions. Per tant, en origen, era un instrument que havia de ser petit. Va ser inventat per rellotgers, concebut per tocar música popular bavaresa i adaptada als seus sons.

Probablement l'harmònica va sonar amb les mateixes notes musicals amb què la van inventar fins a, gairebé, cent anys després en què, havent arribat a Amèrica, es va transformar en l'instrument per excel·lència dels negres, perquè, precisament, era l'únic que es podien pagar. I aquí es va fer el miracle, anys i anys de desig i de provatures van fer que algú comprovés que situant la llengua d'una manera retorçada i especial i aspirant, i, en ocasions, bufant, aconseguia davallar la nota natural... un semito, un to, i fins i tot... un to i mig! La trobada era excepcional perquè aconseguia omplir els buits musicals que li mancaven a l'instrument original i passava de poder emetre 19 notes musicals diferents a poder-ne emetre 31.

Efectivament, la recerca estava arribant a la seva fi i una sensació d'haver trobat per fi terra ferma l'omplia de goig. Mentalment es va donar vuit mesos per aprendre la tècnica. Per una part, no varen ser necessaris, però per l'altra, varen ser insuficients. No varen ser necessaris perquè la tècnica la va aprendre en un temps molt més curt, però varen ser insuficients perquè, de cap manera no havia aconseguit dominar-la a bastament. Va prendre consciència que per a això li farien falta uns quants anys, però mentre n'aprenia va adonar-se que, ocasionalment, havia estat molt a prop de descobrir per si mateix la tècnica. Aquell joc que alguna vegada havia jugat, quan estava cansat de tocar, que consistia a aspirar més fort al final d'una cançó i que li permetia acabar-la amb un lleuger descens de la nota durant dècimes de segon, era la base de tot. Aquell joc al qual ell no havia concedit cap importància i que més aviat l'emprenyava, com a indicador de cansament mal resolt, era el camí, un camí ample i llarg, de bon anar.

Potser aquest aprenentatge en el joc no regulat va ser el que li va permetre avançar de pressa en l'aprenentatge real de la tècnica. De tal manera que en pocs mesos havia aconseguit que sonessin, més o menys acceptablement, 9 notes, de les 12 notes possibles, en bending. El cert és que les tres notes que li mancaven no el preocupaven excessivament, perquè sabia que era qüestió de temps i de voluntat. Del primer, en disposava suficientment i de constància, havia aconseguit acumular-ne força.

Un dia, però, sense saber per què, un cert neguit va començar a intranquil·litzar-lo. Durant unes setmanes no en va voler saber res, però la molèstia es va anar fent més i més gran fins a fer-se preocupació. Ell intuïa que no anaven bé les coses, amb la progressió que s'havia traçada. Un diumenge plujós i tranquil s'hi va voler enfrontar. Ho va fer, com sempre, tal i com a ell li agradava fer aquestes coses, planificant cada petita acció a realitzar i estructurant, amb detall, cada element de l'escenari. Sabia que en aquell moment decisiu totes les precaucions eren necessàries. Primer va recuperar el vell afinador que dormia a un calaix des de feia mesos, tants, que va haver de canviar-ne la pila. Després va netejar la taula de tot element que no fos l'afinador i l'harmònica en do major. Va tancar les portes de l'habitació i va esperar una estona de silenci quasi total a la casa. Després, va connectar l'afinador i va començar la prova amb tota cura: En primer lloc va bufar el primer forat, la llum de l'afinador va marcar un do, després va fer un bend aspirat al primer forat, la llumeneta va indicar un re bemoll, després va aspirar, sempre al primer forat, i la llum el va informar d'un re. La cosa anava bé i va passar al segon forat. La progressió seqüencial de notes és sempre primer bufar i després aspirar. Per això primer va bufar i l'afinador va indica un mi, no ho volia creure, va tornar a bufar, altra vegada l'afinador va respondre mi. Va ajuntar els llavis tant com va poder, va concentrar-se, i per tercera vegada va bufar, aquesta vegada més precís que mai, l'afinador va marcar un mi. No hi havia dubte que la intuïció que tenia d'un desastre s'havia consumat: on era el mi bemoll? En el segon forat, que és on havia d'estar per tenir l'escala cromàtica completa, era ben clar que no hi era. Ja hi tornem a ser! És el primer que li va venir al cap. Va intentar calmar-se, pensant en les dotze notes bend que havia trobat i, en part, ho va aconseguir, perquè, passada una estona, va decidir esbrinar la magnitud de la tragèdia des d'un altra perspectiva, provant el nivell de cromatisme de les tres escales de l'harmònica.

Per això va anar passant, bufant i aspirant, pel segon forat, pel tercer, pel quart... Havia decidit actuar com si fos un investigador, aliè al procés que observava. Es limitava a anotar els resultats de la recerca, com si ho hagués d'explicar després a algú. Però el cert és que, cada cop que comprovava que hi mancava una nota, una sensació de fracàs el colpia i desitjava arribar al final dels deu forats o engegar-ho tot a rodar. A la fi, hi va arribar i va fer recompte dels desastres: hi mancaven 6 notes.

Era evident que havia de continuar, que no es podia aturar amb aquesta constatació, però amb el temps havia après que en tota recerca "el tempo" era tan important com a la música i va decidir, de moment, no fer res, fins estar més tranquil i deixar-ho sedimentar tot plegat. Sabia que el descobriment posaria en marxa el seu cap, cercant una solució. Volia evitar que fos d'una manera precipitada o errònia.

L'endemà ja havia trobat una possible via de recerca, basada en l'eina que li havia permès trobar les dotze notes suplementàries, el bending. Si amb la tècnica del bending havia aconseguit davallar un, dos o tres semitons les notes naturals de l'harmònica, potser també li serviria per aconseguir les sis notes que li mancaven, perquè totes només es distanciaven un semito d'alguna nota natural de l'harmònica. La idea va anar agafant força i ho va voler provar immediatament. La primera nota que li mancava, segons la seva nova teoria, l'hauria d'aconseguir baixant un semito la nota natural bufada del segon forat amb un bend.

Ho va provar amb força, però quan la nota natural iniciava un tímid intent de baixar es transformava en un gran renou d'aire, passant per un tub. Va provar-ho diverses vegades més i sempre va obtenir la mateixa resposta. Després va intentar el mateix mecanisme a les altres notes que li mancaven i li va semblar que, a mesura que les notes pujaven de to la cosa millorava una mica. Però fent una síntesi sincera, en cap dels intents no va aconseguir altra cosa que el renou pur i simple de l'aire travessant un forat.

Va voler recordar que amb la trobada de les dotze notes anteriors, ara, pràcticament estava en condicions de tocar qualsevol cosa i per això la consecució de les sis notes que li mancaven era important, però podia dimensionar-se com un objectiu menys important. També va voler dur a la memòria que va necessitar un cert temps per a dominar la tècnica del bending i va concloure que potser era simplement això, una qüestió de temps, un temps necessari per executar adequadament una tècnica més complexa.

Però els dies anaven passant i ja eren setmanes. Les setmanes varen ser mesos. El soroll impertinent de l'aire, sense so, circulant per les llengüetes de l'harmònica romania inalterable i es transformava en molèstia. En aquesta ocasió es posava en evidència que la humilitat i la paciència de qui confia que un dia arribarà un resultat esperat, no funcionaven.

De nou va pensar que havia agafat el camí equivocat i ja eren masses vegades, per això va voler fer un darrer intent per esbrinar el que estava passant. Va recuperar la clau, la paraula clau que li va obrir les portes a les noves músiques, "bending", i la va escriure als cercadors d'Internet. El cercadors li van retornar pàgines i pàgines de fabricants de canalitzacions, pipes de llauner, eines per a l'execució de treballs de difícil accés i àdhuc gols de futbol fets amb tècnica bend. Quan ja estava a punt de deixar-ho córrer va aparèixer un missatge esperançador: "harmonica lessons, techniques: bending".

Immediatament va obrir les possibles pàgines de l'esperança. La informació era en anglès i se li escapaven moltes coses, però, més o menys, va esbrinar que per aconseguir els sons d'alguns bends s'havien de fer determinades operacions a les entranyes de l'harmònica. No acabava d'entendre el quid, perquè no hi havia dibuixos ni cap altra informació gràfica. Però, a la fi, el missatge d'esperança semblava perllongar-se, perquè a les adreces de les pàgines d'Internet vinculades amb el tema n'hi apareixien dues en francès. Va pensar que això li permetria entendre tot el que se li escapava de les pàgines en anglès.

A la primera adreça francesa que va provar, la informació el va decebre. Era ben igual que moltes altres sobre el tema que ja havia trobat. Repetia les mateixes generalitzacions i obvietats que les altres i no aportava res de nou.

Ara bé, la segona el va copsar, no era de cap empresa ni organització, era d'una persona que a la seva presentació declarava en lletres grosses de coloraines: "ma passion c'est l'harmonica diatonique" i després, ho demostrava. Ell no havia vist mai una informació tan completa sobre l'harmònica de blues i el món que l'envoltava. Un capítol el va atreure especialment, es titulava: " Tout sur l'harmonica diatonique" i entre parèntesi "Ce n'est pas une mèthode, mais jamais on ne vous aura dit autant". Allò sorprenent és que acompanyant l'afirmació no hi havia cap tipus de publicitat, ni tampoc n'hi havia a la resta de les pàgines.

Això comença a tenir credibilitat, va pensar, i es va atrevir a imaginar que, amb "tout sur l'harmonica diatonique" potser trobaria com aconseguir les sis notes que li mancaven. Efectivament, per aconseguir-ho s'havien de fer artesanies a l'interior de l'harmònica, potser també explicaria com s'havia de fer.

Va cercar, amb moltes ganes de trobar-los, tots els capítols de la pàgina. En va trobar un que es titulava "Ajuster un diatonique". La informació el va fer entrar en un món nou, el món del "bricolatge" de l'harmònica. Es va adonar de per què foren rellotgers els primers constructors d'harmòniques, totes lesa peces tan petites, tot tan sensible i fràgil, tot tan precís en la seva senzillesa. Va començar a deduir la gran quantitat de coses que es poden fer obrint l'harmònica i modificant-ne alguns elements.

A "Ajuster un diatonique" s'explicava amb detall com regular l'espai de les llengüetes a les característiques de bufada o aspiració de l'instrumentista, com modificar la tonalitat de les llengüetes, com aconseguir compartiments estancs i, finalment, com posar o reemplaçar vàlvules. Li va cridar l'atenció aquesta paraula: vàlvula. Mai no l'havia sentida en l'argot de les harmòniques i va començar a llegir per aquest apartat.

La introducció al tema explicava que les vàlvules s'instal·laven per evitar les fugues d'aire per la llengüeta contrària en un mateix forat. Per exemple, si es bufa al forat tres, al mateix forat tres es posa una vàlvula a la llengüeta d'aspiració per tal que tot l'aire de la bufada s'apliqui a fer vibrar la llengüeta de bufar i no se'n perdi gens ni mica, per la d'aspirar. Aquest major aprofitament de l'aire en la producció del so facilita la realització general dels bendings i es fa absolutament indispensable en els bends bufats del forat 1 al 6 i els bends aspirats del 7 al 10, que no es poden aconseguir sense la instal·lació d'aquestes vàlvules.

Precisament això "d'absolutament indispensable" el va tranquil·litzar i, en part, el va autojustificar de tots els intents fracassats a la recerca final de les darreres notes que mancaven. Quedava clar que no es podien aconseguir sense l'operació quirúrgica a les butzes de l'harmònica. Allò que tantes vegades havia aparegut en temps de recerca, la manca d'informació, la manca d'orientació idònia, es va posar de manifest de nou. Fins que no havia trobat la informació a Internet no van acabar de quadrar-li totes les peces. Estava emocionat que algú fos tan generós de donar aquesta informació valuosíssima amb tanta claredat.

Per això va restar profundament agraït a qui havia estat capaç de posar tot el que sabia a l'aire, o al cel. No es va poder estar de comparar la seva pregunta llançada als petits déus terrenals de l'espai, que el respongueren a través de les ones, amb les pregàries llançades al cel des de l'origen dels temps per a conèixer els misteris insondables.

Ara se li presentava un problema molt més casolà, però que no podia obviar. Des de petit li havien dit allò que les seves mans semblaven peus maldestres i, certament, ell ho havia pogut comprovar en algunes ocasions. Qualsevol intent de reparar coses petites o delicades havia acabat amb la destrucció, ja definitivament irreparable, de l'objecte (aspirador, rellotges, màquines de fotografiar, plomes estilogràfiques...). Malgrat els precedents, era tanta la il·lusió que li feia aconseguir definitivament tots els sons i se sentia tan a prop d'un final feliç, que es va decidir a intentar-ho. Com sempre va cercar ajuda amb la planificació, aquesta vegada actuaria amb principis tayloristes d'organització científica del treball, però sense cronòmetre.

Va disposar totes les eines que suposava que podria utilitzar, a la part dreta de la taula. Hi havia tornavisos de precisió, pinces, tisores, fulles d'afaitar, una regla metàl·lica, un escaire i una base prima de fusta. Tot ben ordenat, perquè fos de fàcil accés. Just davant seu, al centre de la taula, però havent deixat un espai per fer-hi feina, hi va col·locar els materials necessaris: diferents classes de paper vegetal, fulls de plàstic de gruix variat, cola d'enganxar i esmalt d'ungles. La part esquerra la va reservar per a la il·luminació: una làmpada de taula, amb una bombeta de 60W seria la lluminària ideal i, a més, evitaria les ombres sobre la zona de feina.

Tot estava així, ben disposat, quan va deixar sobre la taula la vella harmònica negra Honner cross harp. Les primeres dificultats varen aparèixer ja en afluixar els perns que subjectaven el capot. Estaven collats tan fort que el desengramponador de plàstic va cedir abans que ells i es va desmuntar. No es va desencoratjar, en va anar a cercar un altre de metàl·lic. Aquesta vegada sí que els va aconseguir afluixar i va obrir la capota.

Davant seu ja tenia les llengüetes que havia d'operar. Li van semblar exageradament febles i delicades i, efectivament, ho eren, perquè en menys de cinc minuts ja n'havia arrabassada una i desafinades tres més i, tot això, amb una rapidesa digna de millor causa. Estava desolat. Va voler donar les culpes a la seva lateralitat creuada, però va concloure que això no el duia enlloc. Simplement es feia evident que les seves qualitats psicomotrius estaven a anys llum de poder fer una operació tan delicada com la que es proposava, per més ciència i il·lusió que hi posés.

Per tant, prudent com s'havia anat fent amb el pas del temps, va decidir cercar unes mans molt més expertes.

I va començar altra vegada el vell peregrinatge pels mateixos carrers, les mateixes places, els mateixos magatzems de música i les mateixes desesperances. Cap dels venedors als qui parlava de posar vàlvules a les harmòniques diatòniques, de sons que no existien, d'artesans experts en aquestes coses, no l'entenia gens. Qui més a prop va estar, i era ben lluny, va ser un venedor sol·lícit que li parlà d'un home que fabricava ocarines artesanes, que tenia molt bones mans, i que potser li podria fer aquestes coses que ell demanava a les harmòniques.

Ell restava decidit a no renunciar a cap possibilitat i va telefonar al fabricant d'ocarines. Aquest li va contestar que d'harmòniques no hi entenia gens i que ja en tenia prou amb les ocarines.

De tot això només en va treure la sensació que ja havia arribat a un grau d'especialització tal, amb això de les harmòniques de blues, que ben poca gent l'entenia i ara, per motius ben diferents del començament. Potser ja havia entrat al món dels obsessius, però el cert és que aquesta obsessió no li desagradava.

Va decidir pregar de nou als déus de l'espai i demanar- los per unes mans fines i destres que poguessin fer una feina inassolible per a les seves. Aquesta vegada la recerca va ser llarga i dificultosa, més que mai se succeïen pàgines i pàgines d'informació superficial i repetitiva que coneixia de memòria. Totes les pàgines partien del mateix origen i acabaven al mateix final. Ell ja les llegia també superficialment i ja n'esperava més de l'atzar que de la sistemàtica. I així va ser, al final d'unes informacions generals, un autor explicava una anècdota personal que li havia passat de viatge a Barcelona.

Es trobava a la ciutat per feines professionals sobre temes de nàutica, habitualment residia a una ciutat del sud de la qual no recordo exactament el nom, i com tots els aficionat a tocar l'harmònica, se n'havia endut dues o tres a la maleta. El cas és que se li havia trencat una llengüeta de l'harmònica que utilitzava amb més freqüència i, encara, li quedava una setmana d'estada a Barcelona.

Això, per a aquesta estranya relació d'amor que s'estableix entre l'harmònica i el seu tocador (especialment quant s'està de viatge) pot ser un període de temps inadmissible. Per això, aquell dia, va fer la feina amb tanta rapidesa que la va acabar abans d'hora i amb el temps recuperat es va dedicar a visitar botigues d'instruments musicals.

Per atzar va entrar en una botiga del barri vell de la ciutat que, sense saber per què, li va inspirar més confiança. El va atendre un home, ja d'edat, molt ben vestit i de gest amable. Li va explicar el problema de la llengüeta i a partir d'aquí les coses van anar rodades. El senyor amable era el propietari de l'establiment. Havia guanyat feia trenta o quaranta anys, dues vegades, el campionat del món d'instrumentistes d'harmònica cromàtica, això a l'època en què aquests concursos estaven de moda.

Malgrat les diferències, harmònica cromàtica, harmònica diatònica, la complicitat estava assegurada i la llengüeta va ser substituïda immediatament i a un preu irrisori.

Qui explicava l'anècdota afegia que, posteriorment, havia pogut comprovar la perfecta afinació de la llengüeta. Després donava les gràcies públicament al mestre d'harmòniques i indicava el nom de l'establiment, l'adreça i el número de telèfon.

Ni per un moment va dubtar que aquest era el nou camí a recórrer. Ho volia intentar al mateix moment en què llegia el curt relat, però no ho podia fer perquè era diumenge i havia d'esperar fins al dilluns per a telefonar.

Les hores d'espera fins a l'endemà les va dedicar, entre altres coses, a planificar allò que creia les millors estratègies per explicar-li al mestre, amb tota precisió, el que necessitava.

- Bon dia, he trobat a Internet una referència de vostès, respecte que repareu harmòniques i també que les prepareu amb vàlvules.

- Efectivament - li va respondre la veu femenina del telèfon- el dilluns. Tot això ho fa el meu pare, però ara no hi és.
- I quan el puc trobar?
- Serà a la botiga d'aquí a una hora més o menys.
- Bé, gràcies, adéu, fins després.

Una hora i quart més tard tornava a telefonar a la botiga, ara ja convençut que alguna cosa en sortiria, de tot allò. Aquesta vegada el va atendre un home, era el pare, la mateixa persona amable que es descrivia a Internet. Li va explicar el que volia i l'home el va entendre immediatament, l'únic problema era que l'antic instrumentista no venia harmòniques Lee Oskar. Tot el material que tenia era de Honner. Això era una dificultat per a ell, perquè, en aquell moment, estava absolutament convençut que les Lee Oskar li permetien tocar amb més fluïdesa. De totes maneres, el que desitjava era aconseguir posar les vàlvules a una harmònica, a qualsevol harmònica que fos i es va rendir sense condicions.

- I em podríeu posar vàlvules a una harmònica diatònica Honner?
- Naturalment, a quin model i a quina tonalitat?
- Home la tonalitat en do major, però el model... quin em recomaneu vós?
- Heu provat una masterklass ?
- No, no l'he provada mai. Un nou descobriment, quan ja semblava tot sabut.
- Doncs no sabeu el que és una bona sonoritat, us posaré vàlvules a una masterklass de Honner en do major i, si voleu, us l'enviaré per correu.
- No, no fa falta, jo enviaré una persona a recollir-la.

Varen parlar del preu de l'harmònica i les vàlvules i s'acomiadaren amb un sentiment compartit, com el que deuen sentir els membres de les més secretes corporacions.

Després, va pensar que no feia cap falta haver comprat una harmònica nova per posar-hi vàlvules. Tanmateix li hauria pogut demanar que les hi posés a una de les seves velles i entranyables Lee Oskar. Però, com tantes altres vegades, la seva adaptació excessiva li havia jugat una mala passada i s'havia obligat a pagar, per a allò que desitjava, un preu més alt del que se li demanava. Tot un exemple.

L'operació de posar vàlvules havia de ser molt senzilla per a l'antic campió d'harmòniques, perquè l'endemà ja el va avisar que tenia llesta la seva "masterklass", la "rolls royce" de les harmòniques diatòniques, com li va dir el mestre.

Va haver d'esperar uns quants dies fins a tenir-la a les seves mans, quan un amic li va dur de Barcelona. Ja havia començat a saber apreciar l'aspecte extern d'una harmònica i la "masterklass" era realment bella, tota ella metàl·lica, incloent el somier, la qual cosa li donava un pes considerable i la sensació sòlida d'existència. La va provar immediatament i va tenir dos sentiments contradictoris, el primer, el més important, el que li produïa una joia indescriptible, era que havia arribat al final del camí de tants anys, les vàlvules funcionaven i els sons de les 6 notes finals que li mancaven es podien produir i escoltar. El segon era que encara feia falta una mica d'aprenentatge en la utilització de les vàlvules perquè sonessin més netes, però era evident que ja hi eren.

Després de la joia va venir el cansament, un cansament sobretot físic, agradable, com el de qui pot veure la seva obra acabada, com si el seu cap i el seu cos fessin una recopilació instantània de les errades, les frustracions, les desesperances i els encerts de molts anys de recerca, fins a arribar al final feliç d'avui.

I en aquest instant no podia fer altra cosa que contemplar-ho tot, que gaudir-ho tot, èxit i fracàs, com un tot inseparable i únic, necessari.

Només passada una bona estona va poder explicar-se altres sentiments i evidències. El cert era que la més reconeguda de les harmòniques de sèrie, la "masterklass" de Honner, a ell no li acabava d'anar del tot bé. Efectivament tenia un bon so, però les alteracions, els "bends", amb vàlvules o sense, no els podia fer amb la facilitat amb què es podien fer amb les seves "Lee Oskar".

Ell, que necessitava explicar-se les coses amb claredat, en va extreure dues conclusions. La primera, que ell de "master" no en tenia res, perquè l'harmònica per a aquest gènere humà no li anava bé, i la segona, que es feia necessari aconseguir posar vàlvules a les seves velles harmòniques, entranyables amigues, acoblades a les seves mans i llavis durant hores infinites.

Amb la serenor d'haver arribat allí on volia, va anar aconseguint que el mestre Joaquim, aquest era el nom de l'excampió de Barcelona, li anés posant vàlvules a totes les harmòniques que tenia, i això sense necessitat de comprar-ne cap més, ja que n'havia acumulat a bastament durant la recerca.

Amb la mateixa serenor va descobrir que, si bé actualment no tots els camins duen a Roma, sí que hi pot haver diferents camins per arribar a un mateix lloc.

Més tard va saber que les 6 darreres notes que li mancaven i que ell havia aconseguit amb les vàlvules, cap als anys 70, un instrumentista d'harmònica de blues, de nom Howard Levy, les havia aconseguides bufant o aspirant d'una manera determinada l'harmònica. La bufera la feia amb una certa semblança a com es bufa a una trompeta, la qual cosa produïa la pujada d'un semito de la nota més alta del forat on s'aplicava, és a dir, si amb les vàlvules s'aconsegueix baixar un semito, amb la tècnica d'en Levy s'aconsegueix pujar un semito. En resum, tant amb una tècnica com amb l'altra es poden tocar les sis notes finals que manquen per cromatitzar l'harmònica diatònica. A la tècnica d'en Levy la van batejar amb el nom d' "overbend". Aquesta tècnica també requereix d'una operació a l'interior de l'harmònica.

Evidentment, les seves maldestres mans tampoc no la sabien fer, però unes mans que l'havien acaronat tota la vida ho varen aprendre. Ell va explicar tan bé com sabia a la seva companya com fer-ho, com posar vàlvules a les harmòniques, i també com preparar-les per tocar overbends. Sobtat, va descobrir perquè els infants petits es tranquil·litzen tan aviat quan són unes mans femenines qui els acaricia. Les llengüetes es torçaven com s'havien de torçar, sense trencar-se, que és el que ell sabia fer, empeses per la suavitat d'uns estris manejats amb l'habilitat d'un expert. Les petites peces de paper vegetal es transformaven en eficaces vàlvules i restaven fràgils, però fortes, al seu lloc, a cada una de les llengüetes on produïrien els sons desitjats. La intuïció i delicadesa substituïren l'experiència i des d'aquell moment va deixar de dependre de les mans del mestre Joaquim.

Més endavant, no es va voler privar del plaer de recórrer les dues variants del tram final del camí de recerca. Va aprendre la tècnica d'en Levy, gairebé com un acte d'ostentació, satisfet, com un petit luxe que es permetia després d'anys de privació. Ara bé, com amb el primer amor, sempre va restar fidel, enamorat de les primeres tècniques trobades.

Després ja es va donar permís per confirmar la seva estada definitiva al planeta dels obsessius amants de les harmòniques, de tal manera que de dues o tres harmòniques amb tonalitats complementàries en feia una o n'intercanviava les llengüetes o en modificava la distància. Així tenia la sensació que les seves harmòniques eren úniques al món, ni millors ni pitjors, les seves, totalment personalitzades, tal com exigeixen les normes més rigoroses de la religió i la litúrgia harmonical, tal com ell ho desitjava.

Ningú no l'acabava d'entendre quan contestava que aquell maletí del qual no se separava mai, ni en cap viatge, tenia un valor "incalculable", el maletí de les harmòniques i els estris d'intervenció, com bocins de l'ànima.

 

Josep Farré, 2004


Amunt Torneu a l'índex

 

 

 

 

 

 

 

 

© Josep Farré Ferrer 2005